Entre un 25 y un 50 por ciento de los niños o niñas hospitalizados presentan dificultades nutricionales asociadas a las limitaciones en la ingesta, la enfermedad de base o ambas.
La chance de prevenir
Como consecuencia de alguna de estas complicaciones o por la sumatoria de ellas, los pacientes quedarán expuestos a infecciones, alteración de la respuesta inmunológica, desequilibrios metabólicos, mala cicatrización de heridas y a alteraciones en el crecimiento y desarrollo del niño. Esta situación a su vez podría aumentar los días de hospitalización, la tasa de reingresos y los costos hospitalarios. No sólo la salud del paciente se vería deteriorada, sino también toda la dinámica familiar, de su entorno y, en esa cadena de eventos prevenibles, también el sistema sanitario se resentiría.
“Los niños son particularmente vulnerables a la desnutrición, ya que tienen una reserva calórica más baja y mayores requerimientos nutricionales por unidad de peso corporal, para tener un crecimiento adecuado. Cuando se tiene en cuenta el impacto de una enfermedad o dolencia que contribuye a un aumento de las necesidades de nutrientes, la desnutrición puede, a largo plazo, afectar el crecimiento y la trayectoria del desarrollo cognitivo”. Por eso, alimentarlos es una necesidad esencial para asegurar su futuro.
Una necesidad y un placer
Todos los chicos y más aún aquellos que transitan una enfermedad crónica o temporal, deben recibir el soporte necesario para cumplir con la ingesta de alimentos requerida. Para ello es necesario promover el placer de comer y crear las condiciones y el contexto indicados. El hospital es un entorno desconocido que puede resultar intimidante y confuso para un niño enfermo. Alentar a los niños a comer en el hospital puede ser un verdadero desafío para los padres y para los profesionales que llevan adelante esa tarea.
El entorno más propio
Según un estudio de 2019 publicado por la Dra. Bethan Page, “los niños con necesidades médicas complejas reciben cada vez más atención en el hogar que en el hospital. Los miembros de la familia, con el apoyo de enfermeras y otros profesionales de la salud, brindan el cuidado diario que estos niños necesitan”. Con una correcta capacitación y acompañamiento, los padres aprenden a administrar la alimentación enteral, el cuidado de la traqueotomía y hasta la administración de medicación intravenosa. De esta manera, el niño recibe todos los cuidados necesarios en su entorno más propio: su casa.
Al tiempo que es tratado, el paciente sigue en contacto con sus seres queridos, dentro de una dinámica que le es familiar y le brinda seguridad, cercana a sus objetos y espacios más reconocibles. Este bienestar, se multiplica a su vez, en sus cuidadores primarios (los padres) y secundarios (abuelos, hermanos, etc). Todos potencian su calidad de vida sin resignar el óptimo tratamiento y cuidado del paciente.
Los niños ganan peso, se reducen o desaparecen los síntomas respiratorios, lo que facilita el sueño y la posibilidad de realizar sus tareas cotidianas como jugar o estudiar. Además, las fórmulas son fáciles de conseguir y utilizar, además de ser rápidas en su preparación. El niño mejora y sus padres mejoran, tanto en el aspecto físico como psicológico. Un circuito virtuoso que permite mejoras significativas en el funcionamiento social pero, sobre todo, en la recuperación del paciente.